Thursday, April 26, 2007


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Preguntas sin respuesta en Virginia
Miguel Molina
Miguel Molina
Columnista, BBC Mundo

Cho Seung-hui (Foto NBC News)
Cho dejó un video final que envió a un noticiero.

El profesor vio la lista en que todos habían escrito sus nombres y descubrió que uno había puesto un signo de interrogación.

Era Cho Seung-hui, quien pasó a la historia como el autor de la peor masacre en la historia de las masacres universitarias de Estados Unidos.

A estas horas todos conocen su vida y sus obras, y la naturaleza esquiva de su persona, y pueden adivinar la tortuosa y torturada condición de su mente, pero nada más.

Tal vez algún día se conozca el contenido de las ocho páginas que Cho dejó para explicar lo que hizo, y por qué dijo que los demás, ustedes, nosotros, todos, nadie, lo habían obligado a hacerlo.

Y durante semanas, tal vez meses, los familiares de las víctimas, los heridos, y el mundo, seguirán escuchando análisis, hipótesis, conferencias de prensa y recomendaciones.

Después todo volverá a ser casi igual. Hasta que haya otra masacre en otra parte.

Lo que falta

Un estudiante lamenta la muerte de sus compañeros
El dolor era intenso aún entre quienes no conocían a las víctimas.

Quizá no todo sea igual para la Universidad Tecnológica de Virginia, cuyas autoridades todavía tienen que explicar muchas cosas y resolver otras.

Testimonio tras testimonio, uno se entera de que compañeros y profesores sabían que se trataba de una persona con serios problemas, y de que muchos decían en broma pero en serio que era cuestión de tiempo para que Cho hiciera algo.

Pero no se hizo más, pese a que era un joven claramente afectado por quién sabe qué demonios interiores, como ahora afirman muchos. Eso requiere una explicación.

La policía universitaria se demoró casi dos horas en reaccionar entre una balacera y otra, dato que habla mal sobre la capacidad de proteger a la comunidad que vive o estudia en el recinto. Eso también necesita explicarse.

Lo más probable es que se produzca una lluvia de demandas que podría dejar marcadas para siempre las finanzas de la universidad.

Y nadie puede garantizar que no habrá otra masacre, ahí o en otra parte, tarde o temprano.

Es fácil comprar, es fácil usar

Un cartel marca la fecha de la tragedia
La fecha de la tragedia siempre pesará entre la comunidad universitaria.

Las organizaciones que defienden la producción, la venta y el uso de armas reconvienen a quienes se atreven a pedir que se prohíban esas actividades.

Las organizaciones dicen que las armas no matan, sino las personas que las usan. Pero si no hubiera armas no se podrían usar.

Las organizaciones usan sus dólares y su poder de cabildeo para presionar a políticos y funcionarios. Y por eso no pasa nada.

La idea es que los redactores de la Constitución garantizaron el derecho a usar armas pensando en la situación del nuevo país, y no en lo que se iba a convertir dos siglos después.

Algunos sostienen que el problema se resuelve prohibiendo las armas en los recintos universitarios, como si alguien dispuesto a matar, y a morir, fuera a pedir permiso para llevar una pistola a clases.

Uno piensa que si es fácil comprar un arma es fácil usarla.

Uno piensa que después de todo son pocos los casos en que una pistola o un rifle hayan servido para defender la seguridad del Estado desde la casa de alguien.

Después de todo, la idea de Madison, de Webster y de los Federalistas en general era que uno pudiera defenderse de un ejército. No de otros civiles.

En tiempo real

La masacre de la Universidad Tecnológica de Virginia fue diferente.

Uno se enteró de Columbine, de la escuela cuáquera de Pennsylvania, y de otras atrocidades recientes o añejas porque lo leyó en la prensa al otro día o porque la noticia apareció en los noticieros de la noche.

La tragedia de Beslan nos mantuvo pegados a la televisión, y estremecidos en vivo ante la capacidad humana de hacer daño. Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar.

Lo que pasó en Virginia quedó registrado en chats, en blogs, en mensajes que iban y venían en tiempo real. Pero el diálogo colectivo sólo puede servir para dar una idea parcial de lo que sentían y pensaban los protagonistas de esta historia.

Lo mismo se puede decir del video y las cartas que Cho envió a la televisión entre un tiroteo y otro, tal vez con la esperanza de que muchos oyeran su mensaje.

Uno piensa en preguntas que no tienen respuesta.

Porque sabemos que Cho se quejó de que hubo cien millones de oportunidades y maneras de evitar lo que pasó en Virginia, pero no sabemos, porque nunca lo dijo, cuáles fueron.


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